
Pompeya y Herculano fueron enterradas por la violenta erupción del Vesubio entre el 24 y el 25 de agosto del año 79, aunque hay pruebas que indican que pudo haber ocurrido más tarde en otoño o invierno. A partir de los trabajos arqueológicos realizados en 2018, esta pudo ocurrir el 24 de octubre. Muchos de sus habitantes fallecieron debido al flujo piroclástico. En sus proximidades se levanta la moderna y actual ciudad de Pompeya.
La fecha tradicional para la erupción y avalancha piroclástica que destruyó Pompeya aparece en el relato de Plinio el Joven es el 24 de agosto de 79. Sin embargo, esta fecha puede deberse a un error de transcripción durante la Edad Media, en la que había muchas posibilidades de que los números romanos fueran confundidos.
Por tanto, algunos expertos opinan que en realidad tuvo lugar en otoño o invierno, dada la gran cantidad de frutos otoñales hallados entre las ruinas y el hallazgo de una moneda entre las que portaba una dama en su bolsa, cuya fecha de acuñación más temprana no debió ser anterior a septiembre de 79.
De hecho, algunas excavaciones sugieren que ya había acabado la vendimia, la cual se realizaba en octubre. Algunos cuerpos también muestran túnicas y mantos gruesos, propios de un mes más frío.
Descubrimiento
Debido a las gruesas capas de ceniza cubrieron las dos ciudades situadas en la base de la montaña, y sus nombres y localizaciones exactas acabaron olvidados en la memoria colectiva de las nuevas generaciones.
Herculano fue redescubierta en 1738 casualmente, y Pompeya diez años después, en 1748 igualmente de manera casual. Herculano está parcialmente enterrada entre 20 y 28 metros de profundidad en un manto de ceniza y material piroclástico y solo se ha descubierto un 4% de la urbe, mientras que Pompeya estaba bajo una capa de ceniza de 30 metros de profundidad promedio. Después del cataclismo, se intentó ubicar las ciudades sin mucho éxito, pero paulatinamente fueron cayendo en el olvido de los siglos hasta 1550.
En la actualidad Pompeya se ha convertido en un destino turístico popular de Italia. Actualmente es parte del Parque nacional del Vesubio, más amplio, y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1997. Las zonas arqueológicas de Pompeya, Herculano y Torre Annunziata se registraron con el código conjunto de 829 y las siguientes localizaciones, todas ellas en la Ciudad metropolitana de Nápoles.

Los hallazgos
La ciudad ofrece un cuadro de la vida romana durante el siglo I. El momento inmortalizado por la erupción evidencia literalmente hasta el mínimo detalle de la vida cotidiana. Por ejemplo, en el suelo de una de las casas (la de Sirico), una famosa inscripción Salve, lucrum (“Bienvenido, dinero”), quizás con intención humorística, nos muestra una sociedad comercial perteneciente a dos socios, Sirico y Numiano, aunque este último bien podría ser un apodo, ya que nummus significa «moneda».
En otras casas abundan los detalles sobre diversos oficios, como los trabajadores de la lavandería (fullones). Así mismo, las pintadas grabadas en las paredes son muestras del latín coloquial empleado en la calle. Sin embargo, no hay que pensar que la ciudad que se excava en la actualidad quedó congelada en el momento de la erupción.
La población de Pompeya en el año 79 se calcula se situaba entre las 10 mil 500 a las 15 mil personas, mientras que hasta ahora solamente se han encontrado unos 2 mil cadáveres. Además, muchos de los edificios de esta ciudad romana están destruidos pero extrañamente vacíos, lo que hace pensar que gran parte de la población habría huido ya durante los terremotos y explosiones que precedieron a la gran erupción, recordando, quizás, el gran terremoto del año 62, y por tanto, es de presumir que se habrían llevado con ellos una parte de sus objetos de valor.

Naturaleza de la erupción
La erupción del Vesubio del 24 y 25 de agosto del año 79 se desarrolló en dos fases: una erupción pliniana que duró de 18 a 20 horas y produjo una lluvia de piedra pómez en dirección al sur del cono que aumentó la profundidad en 2,8 m en Pompeya mediante un flujo piroclástico, y una nube ardiente en la segunda, una fase peleana que llegó hasta Miseno y que se concentró en el oeste y el noroeste. Dos flujos piroclásticos sepultaron Pompeya, quemando y asfixiando a los rezagados que permanecieron allí. Oplontis y Herculano recibieron la peor parte de los flujos y fueron enterradas por cenizas y depósitos piroclásticos.
“Todo yace sumergido en llamas y triste ceniza. Ni los dioses hubieran tenido poder para hacer algo parecido”. ‘Epigramas’, Marcial.
Plinio, el Joven, nos ha dejado un testimonio excepcional sobre el desastre que también él contempló, desde Miseno en dos cartas enviadas al historiador Tácito. Constituyen el primer relato de una erupción volcánica. “El noveno día antes de las calendas de septiembre, hacia la séptima hora [24 de agosto, entre las dos y las tres de la tarde], mi madre señaló a mi tío una nube, inusual en su tamaño y apariencia”. Al grito entusiasta de “audaces Fortuna iuvat”, Plinio el Viejo corrió hacia el desastre. Plinio el Joven, a la sazón de 18 años, pero ya mucho más prudente, declinó acompañarle.
“Grandes llamas y vastos fuegos brotaron de diferentes puntos del monte Vesubio”, escribe. Debió parecer un castigo divino: terremotos, el mar retirándose y dejando en seco un muestrario de criaturas marinas para regresar luego en forma de tsunami. Cayó una noche falsa “más negra y espesa que todas las noches”, en la que estallaban feroces relámpagos. Al irse desplomando la nube de cenizas, gas venenoso y piedra pómez se producen varias olas de lo que los expertos denominan, con esdrújulo placer, flujo piroclástico: una masa gaseosa ardiente de alta densidad que contiene en suspensión una gran cantidad de partículas sólidas. Esas monstruosas avalanchas sucesivas a 300 grados arrasan cuanto encuentran a su paso. La última, la misma que asuela Pompeya en un gran final apocalíptico, hirviendo a los habitantes que atrapa, llega hasta Stabia, donde se extingue.
La explosión del año 79 equivalió a 100 mil bombas atómicas como la de Hiroshima. Después de una serie de prolegómenos similares a la mala digestión de un gigante (temblores, filtración de gases, pequeños vómitos), el fenómeno comenzó poco después de mediodía con la expulsión de una columna de ceniza, roca y piedra pómez que ascendió a 20 kilómetros de altura. Una hora después se inició la caída de ceniza y piedrecitas ligeras, que fueron creando una capa cada vez más gruesa sobre el suelo y los tejados. Hacia las seis de la tarde se hundían los techos por la acumulación de material volcánico, y la gente huía de la ciudad entre nubes de polvo y ceniza que habían oscurecido el cielo como si fuera de noche.

Compartir en